Antes de empezar, debo decir dos cosas: 1) si no siguen Hunter x Hunter, pero tienen intenciones de comenzar a verla, sugiero que no lean esta entrada, porque hablaré de cosas que suceden en los capítulos más recientes. 2) Si leen el manga, y ya saben qué es lo que sigue en esta historia, agradeceré mucho que no me arruinen las sorpresas. Ahora verán por qué:
El capítulo ciento treinta y uno de la nueva versión de Hunter x Hunter, transmitido durante la última semana de Mayo, está en mi lista de favoritos que recordaré siempre. No miento cuando les digo que, mientras lo veía, casi todo el tiempo estuve cubriendo mi boca con la mano, como ahogando un grito. Así fue la emoción. Un gran capítulo no puede ser otra cosa más que eso: emoción pura.
Finalmente, después de muchos meses de espera, vimos el enfrentamiento final entre Neferpitou y Gon. Desde que el equipo de Cazadores irrumpió en el palacio de Meruem, todos y cada uno de sus pasos lo llevaban a ella. Mucho tiempo pasó desde que él la vio por vez primera, en aquel fatídico combate contra Kite. Él cambió y ella también. Su enfrentamiento debía ser épico y lo fue, pero no como yo lo esperaba.
En total, el combate no duró más que unos pocos minutos y, créanme, agradecí que así fuera. Nunca esperé que la venganza de Gon fuera tan brutal, tan despiadada, tan destructiva. Creí, más bien, que sería una batalla más clásica: reñida, difícil, cerrada. Creí que, al final, la fuerza de voluntad de Gon se impondría como siempre. Y sí, fue la voluntad de Gon la que se impuso, pero dejando a Pitou hecha pedazos, literalmente. La Hormiga de apariencia felina no pudo casi ni defenderse. Sentí pena por ella, pero, por otra parte, nunca me pareció más digna. Pitou, como Meruem, había descubierto dentro de sí algo más cercano a lo humano: una forma de amor extraño, difícil de definir, porque estaba entremezclado con su lealtad.
Cuando Gon la encontró en el palacio, varios capítulos atrás, Pitou estaba curando a Komugi. Lo hacía porque Meruem se lo ordenó y ella cumplió no sólo por obediencia a su soberano, sino por lealtad. Komugi era importante para él y él era lo más importante para ella así que estuvo dispuesta a sacrificarse para cumplir con esa orden. Y su lealtad, muy japonesa, no sólo se quedó ahí: honró la promesa que hizo a Gon de acompañarlo hasta donde él dijera, si le daba el tiempo suficiente para sanar a la favorita del Rey. Cuando finalmente llegaron a la sala donde estaba el cuerpo sin alma de Kite, Pitou supo que ella y Gon habían sido atravesados por el mismo sentimiento de lealtad: él también estaba dispuesto a todo por quien fuera su más reciente mentor. Por eso le pidió perdón. Porque sabía que sí ella se hubiera encontrado en su lugar, habría actuado exactamente igual que él, habría perseguido la venganza a costa de lo que fuera. Y por eso volvió a pedírle perdón, cuando le anunció que no podía dejarlo vivir, porque era un riesgo demasiado grande para el Rey.
Cuando Gon despedazó su cuerpo en unos cuantos golpes certeros, llenos de odio, Pitou se sintió aliviada de ser ella la depositaria de tanta ira y no Meruem. Nunca, ni por un segundo, culpó a Gon, ella habría hecho lo mismo. Tampoco se dejó matar. En eso no tuvo nada que ver el instinto de supervivencia, estoy seguro que Pitou se sabía muerta desde antes de empezar. Atacando a Gon, llevándose a sí misma al extremo, hizo un homenaje a la lealtad que la hermanaba con quien finalmente tomó su vida.
Neferpitou, como pocas, supo caer con la dignidad de una leyenda.